19/10/10
la Revolución del Mechón Rojo
El Doble Sistema del Yugo siempre fue un lugar tranquilo, con un pueblo calmo, mansamente acostumbrado a convivir bajo los dictados de la Dinastía del Bate, casa monárquica que acapara el poder desde hace incontables generaciones. La Dinastía del Bate se ha destacado por sus altos impuestos, sus escasas obras públicas y sus conocidos escándalos de corrupción en la administración, todo esto secreto a voces en la población, silenciado por la férrea censura que ejercen contra todo aquel que ose, ya no criticarlos, sino sugerirles algún cambio de gestión.
Tales antecedentes no anticiparon la convulsión social conocida por los historiadores del Sector Gamma con el nombre de la “Revolución del Mechón Rojo”. Todo surgió por un hecho menor: se había puesto de moda, entre los jóvenes del Doble Sistema, teñirse de colorado un mechón de la cabellera. El divertimento, tan pavo como transitorio, como todas las modas, pareció tener los días contados cuando un Ministro de la corte (el famoso Gran Gestor Pelado) dictó un Decreto de Sumo Cumplimiento en el que se prohibía, terminantemente, esa práctica.
Acostumbrados al respeto inmediato de todo acto de gobierno, nadie se imaginó que la medida representaba el estallido de un polvorín. De la noche a la mañana, los jóvenes, de una punta a la otra del Doble Sistema, salieron a la calle para demostrar su descontento. Las movilizaciones se sucedieron en los días siguientes, aumentando su poder de convocatoria y su nivel de hostilidad.
La Dinastía del Bate tambaleó en esos días que pasaron a la historia con el nombre de la Revolución del Mechón Rojo.
Finalmente, la Dinastía tuvo que ceder: revocó el decreto, renunció el ministro y autorizó la realización anual de un Festival del Mechón Rojo.
Las masas salieron a las calles alborozadas por sus inéditas conquistas, festejando durante semanas el triunfo rotundo de la movilización popular.
Pasados los festejos, cada uno volvió a su casa y siguieron trabajando de sol a sol, por los mismos salarios misérrimos de antes, pagando puntualmente los abusivos impuestos y callándose la boca ante los abusos de los gobernantes, como era costumbre. Eso sí: todos exhibiendo sobre su frente el orgulloso mechón colorado, símbolo de la resistencia inclaudicable de la voluntad popular.
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